Tres brujas tejiendo
mi cabello.
CONFIDENCIA II
Con los negros esclavos traídos de las distintas regiones de África,
llegaron sus dioses grandes y pequeños,
sus ritos, mitos, sus bailes, cantos y toques,
su concepción del mundo y la creación,
su amor y respeto por la tierra, el agua y el fuego,
sus comidas y bebidas;
arribaron brujos, curanderos, espíritus y espantos […]
Ángel Alfaro
***RITUALES SOCIALES – SINCRETISMO RELIGIOSO – RESISTENCIA***
1. Las trenzas y la cinta roja
Me
hospedo en la casa más acomodada de la vereda de Yolombó, la de su
profesor. Es una casa grande, pintada de rosado por dentro y por fuera
de un rojo vivo que contrasta con el verde de las plantas a su
alrededor. Allí viven él, su esposa y sus tres hijas, dos de ellas
tienen dos hijos cada una, en total son nueve. La casa se compone de
tres habitaciones ventiladas a través de grandes ventanas por las que se
ve cruzar a las personas que se abastecen de agua en una llave ubicada a
unos metros de allí. Veo pasar a las mujeres con su cabello corto o quieto, como lo llaman, otras con sus largas trenzas que forman figuras de diferentes colores.
Siempre
quise hacerme las trenzas y sabía que estando en el Cauca no podía
quedarme solo con la intención. Así que la esposa del profesor hizo
llamar a una peinadora amiga de ella, una chica de diecisiete años con
sus trenzas, por supuesto, bien llevadas.
Apenas me saludó cuando me hizo sentar en una silla del comedor. La
esposa del profesor y una de sus hijas se unieron al desenmaraño de mi
cabello, que si bien no es abundante, es propenso al enredo. La
peinadora me pregunta cómo quiero las trenzas, le respondo que abarcando
la mitad de la cabeza. Ahí termina nuestra conversación.
Empiezan
una charla de la cual nunca me entero, no entiendo el acento, no sé de
qué hablan, pero se ríen y halan; conversan y halan; miran la televisión
y halan. Yo solo siento dolor aunque entiendo que el oficio de las
peinadoras es cosa seria y todo un arte: logran hacer peinados con
diferentes figuras, referentes estéticos de las negritudes. Con las
yemas de los dedos pulgar e índice toman una mínima parte del cabello
desde la raíz, lo hacen con tanta fuerza que pareciera que la piel del
rostro se estirara hasta hacer desaparecer las arrugas, así continúan
hasta delimitar una línea que pasará la cabeza de un lado a otro, una a
una en un entretejido perfecto y recto que acaba en las puntas. Al
terminar preguntan: ¿las quiere sueltas o con caucho?, justo en ese momento pienso ¿para qué caucho si con esa manera de halar creo que nunca se me van a desatar? o más bien, sin caucho, será más fácil de soltar las trenzas cuando el dolor de cabeza sea insoportable.
Soy
totalmente ignorada, así que me concentro en tratar de descifrar qué
dicen, de entender la conversación. Me parece estar en la reunión de
tres brujas. Sí, de brujas y no lo digo con el misticismo católico, sino
porque la imagen que yo veía en el espejo a contra luz me impulsaba a
recrear esto. Por todo lo que para mí significa el cabello: el tiempo
que lleva tenerlo largo; el cuidado que se tiene con él; las energías y
las historias cargadas con el pasar de los días; el hecho de que una
persona ajena lo manipule y la conversación desconocida que asumí como
un conjuro.
Sigo
sin ser incluida en la charla mientras la peinadora hace su trabajo
acompañada de sus dos ayudantes voluntarias. No tengo más opción que ver
a los niños que juegan en la sala, bebés que apenas caminan y que en su
pie derecho llevan una cinta roja que se mezcla con el piso del mismo
color. Les pregunto qué significa aquella cinta, pareciera que no
quieren responder, me dicen que es para el mal de ojo y que se los
pone un viejo en la Loma.
Este
viejo no es un sacerdote, ni un brujo, es una especie de curandero que
mezcla sus conocimientos africanos con los católicos. A diferencia de
Cuba, donde la santería se arraigó y es vigente, en Colombia la diáspora se encargó de combatirla mediante el enjuiciamiento a los esclavos: se censuró
a los bozales por brujería y a los mulatos por hechicería. Aún así los
rastros de estas prácticas quedaron, pero se guardan con recelo:
“Ambos
trabajaban fundamentalmente con la manipulación de los espíritus, es
decir, compartían la misma visión de lo real, en la cual el bien y el
mal son una unidad. Quienes diferenciaron las prácticas fueron los
inquisidores no tanto por cuestiones teológicas como políticas, puesto
que la brujería de los bozales revestía característicamente de un
movimiento subversivo y organizado de gran magnitud mientras que en
muchos casos los hechiceros y hechiceras trabajaban individualmente y
podían aparecer menos nocivos para el Estado”.
A
diferencia de los mulatos, los bozales usaban los espíritus de los
ancestros en contra de los españoles para la búsqueda de su libertad.
Los mulatos lo hacían con fines lucrativos, casi siempre estaban al
servicio de los españoles y recibían un pago a cambio.
La
adivinación y curanderismo, aún vigentes en este país, por lo regular
están al servicio de gobernantes y personas que pueden pagarlos, pero
aun así es mal visto. Aunque la misma comunidad negra acceda a ellos,
los guardan con recelo. Yolombó tiene una fuerte carga católica, lo que
explica la prevención que tuvieron esas tres mujeres al decirme de dónde
había salido la cinta roja de los niños, que es la misma que se tiene
cuando se cree que lo que se hace no está bien.
También
lo puedo comparar con una experiencia personal. Fui cristiana siete
años de mi vida y aunque siempre me he interesado por las cosas ocultas,
la formación que tuve hacía que desistiera de esto. Cuando tuve mi
primer y único acercamiento con la santería, en el fondo había algo que
me indicaba que lo necesitaba pero no puedo negar que no conseguí dejar
de lado el cuestionamiento sobre lo que estaba haciendo, si estaba bien
o mal. Me acerqué a esta práctica con curiosidad, lo presencié con
atención, pero también con temor. Primero debo decir que fui afortunada y
me siento muy agradecida con la persona que me extendió la invitación,
pensé que tendría que ir a Cuba para presenciarlo. Contaré mi
experiencia y espero no irrespetar con lo que quiero relatar.
2. CIMARRONAJE SIMBÓLICO
Llegué a una casa en Bogotá donde había sido invitada a un ofrecimiento de tambores a un Orishá, la homenajeada era Yemanyá.
Cada deidad tiene un color que lo representa, en este caso era el azul,
así que toda la casa estaba de azul y blanco. Entré afanada y perdida,
llegué al lugar donde solo conocía a una persona, Adrián Gómez. Me
recibieron y saludaron de una manera acogedora, después me hicieron
entrar e iniciar el recorrido. En un primer espacio al lado de la
entrada había un altar con una imagen en cerámica de una virgen, abajo
de ella había frutas, recipientes con dinero, una esterilla y una
maraca. Dos señoras me recibieron amablemente, como si me conocieran, me
indicaron que debía poner mis rodillas en las esteras, tomar la maraca y
darle giros para producir un sonido similar al que con este instrumento
se hace en la cumbia, después debía saludar, agradecer y hacer una
petición al Orishá, luego hacer una ofrenda.
Seguramente
por mi formación en el cristianismo, salí del espacio un poco
confundida. Me llevaron a la sala donde también había una especie de
altar y mucha gente, bebés, jóvenes y adultos vestidos de blanco,
también había tambores africanos y, en la parte de atrás, personas
fumando tabaco. Me explicaron que lo hacen porque se trata también de un
ofrecimiento al Orishá.
Me ubiqué en una esquina esperando pasar desapercibida, pero fue casi
imposible, mi vestimenta del día fue la peor escogida para la ocasión:
una chaqueta grande forrada de color vino tinto que resaltaba en medio
de tanta blancura. Me explicaron que usan el blanco porque a diferencia
de los otros colores que atrapan la luz, este la refleja, también porque
representa la pureza y, como en la teoría del color, la ausencia de
este. Cada quién lo concierta con el color del Orishá que lo apadrina, padrinazgo que solo se puede conocer por medio del oráculo.
En
un momento tres hombres empiezan a tocar los tambores. Tan solo uno de
ellos es afro, de hecho los únicos afros éramos él y yo, así que me
explican que la santería no es exclusiva de los negros y que actualmente
en Cuba esta práctica se extendió más allá de la raza.
Adrián es quien dirige la reunión, empieza a cantar en una lengua no
habitual, mezcla de congo – castellano, dialecto que se estableció en
Cuba gracias a comunidades africanas que allí se instauraron. El resto
del grupo baila sin cesar y repite después de él rematando el verso,
mueven su cuerpo en dirección a los tambores. Cuando terminan su canto,
Adrián se dirige a mí y dice: los
cantos que hicimos ahora son en lengua Lucumí, los tambores también lo
son, cada sonido es una palabra, no cualquiera puede tocarlos. Para mí no es más que una lengua, en Cuba no es un apellido.
En
cada receso varias personas van al lugar designado para el tabaco,
ninguno habla. Mientras tanto, dentro de la casa los demás se preparan
para un siguiente cántico. Una serie de elementos son usados en este y
los siguientes: mantas, dinero, recipientes y algo parecido a una cola
de caballo. Estos son utilizados según el canto, bien sea para la
prosperidad, salud o agradecimiento. Como en la mayor parte de las
culturas, la danza es sumamente importante, está ligada a la
espiritualidad. Los africanos no diferencian la música de la danza, se
enseña todo a través de la música, en este caso también hace parte del
agradecimiento y se baila a los tambores en donde reposan los Orishás y los ancestros.
No
voy a ahondar en detalles, me parece atrevido hacerlo ya que no tengo
mayor conocimiento en este tema y puedo errar en mi narración. Solo
puedo decir que lo que vi fue inusitado, alejado de cualquier idea de
brujería o hechicería que hubiera tenido en mente. Se trata de una
conexión con los ancestros, la naturaleza y los Orishás,
donde el ser humano se convierte en el canal que lo conecta todo. La
alegría y tranquilidad se respiraban en esa casa. Después de terminar la
ceremonia todos compartimos la comida que se había preparado, en su
mayoría, con los alimentos ofrendados al inicio.
Salí
confundida pero conforme, en ese par de horas aprendí muchas cosas. No
sé si me lo crean, pero sentí que lo que sucedió allí estuvo bien.
Definitivamente me encontré frente a frente con un elemento fundamental
de las raíces Lucumi y de mis intereses personales: la santería.
Más allá de su definición como sincretismo religioso, la santería ha sido denominada como cimarronaje simbólico, una manera de resistencia que va más allá de lo físico: “[e]l alma idólatra de los Negros se había convertido en el semillero de una forma de cimarronaje que no se podía controlar ni con el látigo ni con las armas: el cimarronaje del alma”
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